Huele horrible
hiende a 1000 cadáveres proscritos
mientras sube silencioso por las escaleras
y se cuela agazapado entre los cajones
deslizándose hacia los libros y revistas,
o en el diario desplegado ahí en la mesa,
bajo el catre de madera y los desordenados cobertores,
perturbando inquebrantable, nuestras mínimas tareas
y aunque se abran las ventanas del segundo piso
e incluso aquella, la del descanso de entre pisos
queda quieto, estacionado e inamovible,
aquel hedor de flores mustias ya deshechas,
que han echado a los pulgones, en las macetas del patio.
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