A diario salía de su casa al trabajo, pensando donde estaría y en cuanto le extrañaba a pesar de todo. Pero, no deseaba llamarle después de la última discusión que tuvieron, tendría que ser El.
Había sido una discusión completamente entupida, sin razón, ni razonamiento, de acusaciones mutuas, de desconfianzas crueles. Aquella tarde le había dicho a El, este es el fin.
Pero ella no se acordaba mucho de lo malo, pues aun le latía fuerte el corazón al rememorar momentos juntos.
Desconfiadas y crédulas eran sus miradas de jóvenes, una muy rara combinación, rareza que los atrajo mutuamente hacía años.
Ambos estudiaban en el campus oriente. Provenían de familias acomodadas y vidas tranquilas, chicos sin problemas.
Cada uno a su manera, vivía en la insatisfacción, desde lo que hacían, tenían e inclusive de quienes les rodeaban.
El, llevaba diez años estudiando letras, buscando, buscando algo que llenase su vida.
Ya no sabía que hacer para seguirse llenado, era un hoyo negro y vacío cuando Ella le encontró.
“El ser humano es un ente vacío en eterna búsqueda de llenar dicho vacío”
Era su frase favorita para atraer a las novatas.
Se hallaron en un bar cercano al campus, calle abajo, mientras se tomaban un tintolio entre compañeros viejos y novatos.
El, hablaba de haber conocido a Teillier y de haberse tomado unas copas con el, mientras tenían una difusa charla; lo que lo transformaba en una leyenda.
Y así, sus vacíos se encontraron una tarde de abril y se fueron devorando, hasta un día de verano, siete años después, en su última discusión.
-Dame tu corazón y tu alma
-No sabes lo bella que puede verse la violencia si eliges bien la música.
El entonces, coloco a Muse, y sing for absolution sonó en el ambiente, mientras ataba las muñecas de ella a un poste ubicado en medio del patio que daba a una parcela vecina.
Emprendió suavemente, primero cortándole los brazos y las piernas.
Ella, solo atinaba a lloriquear un poco. Las lágrimas corrían por sus mejillas, la sangre fluía hasta tocar tierra, en tanto el le susurraba al oído:
-Sabes que eres a quien más amo y nunca te dejaré ir.
El, le limpiaba las lágrimas y acariciaba el mentón con su mano derecha, donde tenía un grueso anillo color azul, ahora teñido de rojo, a causa del gran golpe en el rostro que le había propinado minutos antes.
Ese día, la dosis de quetamina que se inyectaba, había sido más elevada que de costumbre, así que la sesión de cortes no duró mucho.
Salio huyendo por la parcela de al lado desnudo, mientras orinaba los árboles que encontraba a su paso.
Ella, pasó toda esa tarde, atada a pleno sol, desmayada por el calor, más que por la pérdida de sangre, pues las heridas eran superficiales y mal practicadas.
Ya no recordaba todo aquello, lo había pasado y borrado de su disco duro involuntariamente.
Por eso aun le extrañaba, el no estaba y le abrumaba no saber de el.
Ese día, caminando por el centro, se propuso dejar de pensar, nunca más le llamaría.
Compró unas flores que colocaría en su jardín, apenas llegase a casa.
Al llegar, nuevamente comenzó su obsesión por llamarle y trato de espantarla de su mente trabajando, como siempre lo hacía.
Empezó por cavar en la parte de atrás de su casa, donde la tierra era apta para sus hortensias. Fue entonces que sonó su teléfono y su corazón empezó a acelerar, repicando en su mente, con cada ring, los cortes, la sangre y el dolor.
Un grito que no quiso salir de su garganta, se le quedo ahí atascado, cuando, entre la tierra, vio aparecer unos dedos y finalmente una mano, con un gran anillo color azul.
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1 comentario:
A falta de comentarios me comento
cri cri
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