Ver llorar a las personas siempre me pone mal, aunque no le conozca.
Ayer mientras viajaba de Valparaíso a Viña, me pare en el pasillo del bus, frente a un joven con cara de tristeza.
Iba escuchando con audífonos su mp3 y de cuando en vez, escribía alguna que otra nota en una pequeña libreta.
Se quedaba fijo en el horizonte y cada cierto tanto, miraba por la ventana. Ya no lloraba, pero se notaba que de sus ojos habían brotado algunas lágrimas.
Comencé a pensar en si había tenido problemas en casa, tendría algún familiar enfermo, se había enojado con sus padres, si se había peleado con su pareja o en que otra cosa podía haber provocado esa tristeza en su mirada.
Me dieron ganas de decirle, no te preocupes, todo pasará, mañana volverá a salir el sol. Mientras yo misma comencé a mirar por la ventana, el cielo tapado de nubes negras.
Mi propia tristeza me atrapaba.
Finalmente El, guardo su libreta y desconecto los audífonos. Demoré mucho en reaccionar, se bajo del bus sin poder yo decir pío.
¿Lo estoy haciendo bien o mal?, me pregunte luego y deje de pensar en ello.
Cuando baje del bus, me fui por la avenida del mar
La costa esta envuelta en oscuridad.
Una mujer con abrigo y paraguas, me sonrío, no se porque.
Definitivamente, no, no la conozco.
Esos segundos pensando en si la ubicaba, fueron suficientes para que mi empatía llegase con retraso.
Ella desaparece por la esquina y mi sonrisa de vuelta quedó suspendida en el aire.
Un joven la toma mientras sigue volando.
Vuelvo a dudar cuando muestra su amplia sonrisa dirigida a mí.
¿No será acaso el viento tibio que anuncia un temporal de viento y lluvia?.
La oscuridad se espesa aun más en el horizonte.
Giran tan rápido mis pensamientos que el mareo es casi constante.
Cada vez veo menos y las piernas me sostienen apenas...
Mi sonrisa se va al suelo, junto con todo mi ser que se desploma.
No me logro parar y la angustia se acumula.
Quisiera vomitar, pero no lo consigo. Mientras tanto el sol se cae del cielo, sostenido solo por nubes oscuras, ajenas a mi, ajenas a todos.
Comienza a juntarse gente, a intrusear.
El joven de la sonrisa, no se ve entre el tumulto.
Entonces me paro y el mundo sigue girando, dando vueltas y vueltas a velocidad vertiginosa.
Traté de seguir caminando, alguien quiso prestarme ayuda, pero dije que no.
Avanzaba y pensaba en ese joven que pena en una micro, mientras que la mía, mi pena, me la guardo en silencio.
Siempre he creído que los seres humanos estamos llenos de amor y cuando no existe un alguien a quien dárselo se acumula y transforma en veneno que nos mata de a poco.
Me habían dejado el corazón libre hacía poco.
Casi ha pasado una semana desde aquello, pero cuando a El, intento alejarlo, se me engancha en el alma. Y cuando ya no sabes qué hacer para luchar, cuando te sientes atrapada y te ahogas, te da vértigo. En mi caso síndrome jaquecoso.
El pensar que de cosas peores he salido, no sirve de mucho.
El positivismo ya no es fiel compañero y las lágrimas empujan y tiran al suelo cualquier sonrisa.
Pensar que mañana volverá a salir el sol ya no es suficiente… Hubiese sido tonto decírselo al joven de la libreta, no me hubiese escuchado, ni creído.
Entonces me tome aquel remedio que me recetaron, sublingual decía la receta.
La lluvia comienza a caer lentamente, pequeña y suave, lo que dispersó a la gente que pretendía ayudar.
Seguí caminando, pesadamente sin buscar refugio, dejando mojar mis cabellos y el rostro.
La lluvia se lleva mis lágrimas.
Un poco más allá, el joven que atrapo mi sonrisa, me alcanza y me detiene.
Nuevamente abre su boca en una amplia sonrisa.
Se quedo quieto, frente a mí, mojándose un rato, con la mano estirada y en su mano un gran girasol que me ofrece.
Sin decir nada y tomándome por el brazo me invito a pasar a un café.
Para pasar el frío, apareció un extraño a entibiarme el alma, conversándonos un té.
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