Esa mañana se levanto muy temprano, estaba emocionado, no sabía bien porque, pero se imaginaba que las cosas desde hoy serían diferentes.
Apuro un café negro, similar al que le preparaba su madre, para luego comerse rápidamente unas tostadas con huevo
Un desayuno nutritivo no recomendado para un día pesado, se decía.
Esa mañana no encontraba sus zapatos café favoritos, así que demoró unos 15 minutos más en hallarlos.
Lo bueno del día era que, a pesar de salir temprano, no se colocaría corbata.
Con unos jeans y un chaleco azul, salio caminando hacía la calle.
Cerro la puerta con 3 llaves, últimamente vivir en la ciudad se había echo un verdadero caos.
Las cosas no estaban bien.
Recordaba aquella época en que vivía en un pueblito, hacia el interior de la VI región, de los años en que creció con amigos bonachones y simples.
A diario luchaba por entender a toda esta gente compleja, alienada y densa que ni siquiera se reía.
Avanzaba lento para tomar el bus, mientras pensaba en todo eso.
No tenía vehiculo desde hacía 2 semanas cuando unos tipos con arma en mano le bajaron a gritos e improperios para llevárselo
Ya no le importaba tanto.
Había tenido innumerables problemas con la compañía de seguros y ya estaba aburrido de tanto trámite. Eso era más complejo que viajar en micro.
Volver a recorrer en transporte público, no estaba tan mal. Le obligaba a caminar, ver el paisaje, salir más temprano de casa y saludar a la gente.
Saludar a la gente… algo que normalmente se hacía en la calles de San Vicente, cuando era chico, cuando salía a jugar a la pelota en la plaza del barrio, ahí en la Toscana 2.
Se acordó de su amigo José Miguel, que le prestaba su bicicleta y de la vez que se cayeron a una acequia por hacerse los valientes; eran buenos amigos.
Desde que llegó a esta ciudad, tenía apenas unos conocidos.
La novia que había tenido desde los 16 años, se había ido a estudiar fuera de Chile y las mujeres que encontró en Santiago, no eran precisamente de confianza.
Siendo el un médico joven y con un “buen pasar”, era muy tentador para las “malas mujeres”. Pero hay que darles una segunda oportunidad, como decía su madre.
Tomás ya no era el mismo, se había vuelto más desconfiado y arisco, por lo que ya ni siquiera se relacionaba con esas mujeres para darle la segunda oportunidad, a la primera impresión.
Pero ese día, nada de eso importaba demasiado.
Llegaba a la Reina; que barrio!, que recuerdos!.
Ya no era lo mismo de antes.
Las avenidas, antaño con vegetación, hoy se veían artificiales y desiertas.
Los edificios, le habían poblado rápidamente después de la aprobación del último plano regulador. Uno aceptado por un alcalde que esperaba que se “desarrollara la comuna”.
El metro de Santiago, hoy tomado por asalto por los desalmados, estaba todo sucio y estampado de grafitis.
Al pasar por la estación Plaza Egaña, recordó la última vez que había visto a su padre.
Tenía solo 8 años e iba de la mano de su madre.
Recordaba que ellos intercambiaron solo unas palabras y sin despedirse de su mamá, su padre se lo llevó.
Pasaron todo el fin de semana juntos, pero nada era igual.
Su padre ya no le entendía, ni le escuchaba, estaba demasiado ensimismado en sus propios problemas. Últimamente verlo, era un problema.
Después de eso, su padre dejo de notarlo, llamarlo y simplemente se olvido de el.
Años después, su madre le contó, que en esa época ambos estaban muy confundidos y que ella había sufrido mucho al verlos alejarse tan innecesariamente, pero que estaba tranquila, pues había echo de todo para acercarlos; la parte que correspondía a ellos mismos fue la que no hicieron.
En verdad, ella había echo de todo para que se vieran y tuviesen una relación padre-hijo.
Pero eran tercos. Uno esperando que su hijo aceptara todo lo que el como padre le decía sin chistar y el otro como hijo esperando por sus derechos y el sentirse eternamente abandonado. Se enfrascaron en un nudo Giordano.
Después de tantos años, finalmente se volverían a ver.
Le había llamado la noche antes, a su viejo teléfono, el que por suerte no había cambiado.
Nuevamente se encontraron fuera de la estación del metro Plaza Egaña.
Casi no se reconocieron.
Tomás era un hombre alto, delgado, de buen semblante, con la misma quietud de su padre y los ojos vivaces de su madre.
Su padre, ya estaba algo viejo, un poco desgastado y con su pelo canoso, pero Tomás le reconoció de inmediato.
-Hola papa
-Hola… ¿Tomás?
Se abrazaron, en un apretón fuerte y sincero.
Se miraron y a su padre se le llenaron los ojos de lágrimas para decirle: perdóname.
A lo que Tomás le respondió
-Ya lo hice, por eso estoy aquí.
Comenzaron a caminar, en ruta al viejo departamento donde vivieron hasta que cumpliera los 3 años.
Mientras avanzaban su padre le dijo en tono ya más bromista.
-La próxima vez, podríamos invitar a tu madre.
Tomás se quedo un rato en silencio, dio un par de pasos más y surgieron las lágrimas que no brotaron con el abrazo.
-Mamá murió hace unos días, de cáncer. Lo último que me pidió, es que te viniera a ver.
Luego siguieron caminando en completo silencio.
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