Estamos sentados a la entrada de una ciudad costosa
escribiendo poemas sobre la faz que ya nadie lee
haciendo unas morisquetas en lugar de un pensamiento ecuánime
rozando las estrellas como si fueran alucinaciones
cada vez que escribo debo pensar en tu imagen en una pantalla
y en tu voz temblando de frío, bajo de constelaciones
o en tus padres de mecano, mutuamente desarmándose
nada resta sobre la alfombra, salvo tus observaciones
tus iras incontenibles y lo derramado en una copa
en esta noche de aquelarre,
nada queda aparte de unas hojas de tomillo y laurel para la carne.
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