Y en un lenguaje a cuatro manos
yo te exploraba en alfabeto braile,
como un estudiante aventajado,
te rozaba y daba cuenta dulce
de tus labios,
y andaba y desandaba tus abrazos
y me quedaba inerme ahí, callado,
en esas tardes de ese juego tuyo
derritiendo chocolate,
o descansando de tu frente el tráfago,
o queriéndote inundar el cuello
y el cabello en arabescos cómplices,
en horas de basalto y disparados árboles
yo te anhelaba, al besarte.
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