Dónde fueron empacados nuestros besos
resguardados, puestos al abrigo,
dónde los abrazos despojados de su encuentro,
dónde nuestros cuerpos de memoria abandonados
porque ocurre que te quiero
y ya no canto
ni hablo, ni oigo voces dentro,
ni disfruto del trabajo o duermo,
ni el instinto en la palabra me resulta
ni me salgo de mi cuerpo ni me adentro
la penumbra hace su nido
en las labores domésticas
no en el amor sino en su sombra,
hace su inesperada aparición a veces
en la cocina, al almuerzo, en el lavado de ropa
me retuerce, retira, me toma,
me hace pebre de una,
no me deja libre a sol ni a sombra,
no se aprende de mi nombre, más que sus iniciales.
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