jueves, septiembre 11, 2008

s/c...


A los celestes

puntos cardinales

o chóferes de las micros,

a esos caballeros

del Zodíaco por la tele,

ya tenemos suficiente

material acumulado,

para la escritura,

en todas las paredes

del más repugnante

de los recorridos,

sólo un ¼ de atorrantes,

e inaudibles ruidos,

más semáforos en verde

y cruces peatonales,

de los que ya

se quisieran ustedes.



Ahora se supone

que hacen aseo

y pasan la aspiradora,

y lustran su cerebro o

estudian,

juran que el trabajo

es suyo

y que vale la pena.



Ruido de guata

y misterios ruidos,

porotos con rienda

y ají pebre,

mujeres jóvenes

ensayando en platos

de ensaladas verdes,

cucharones de cristal en mano,

pero sin dientes,

plástico sin ganas

tenedores de mimbre,

de esa joven soledad

del hombre,

nace siempre

una intemperie,

y un estado de holganza,

pero indescriptible.



Dramas y anotaciones

de personajes múltiples,

de jóvenes en tratamiento

o decepciones,

de seres humanos simples,

que son los que

más trabajo exigen

y todavía + en explicaciones,

como en una cámara de tortura,

descolgándose de las esquinas,

como arañas torpes,

anacondas de cobre,

por debajo de su féretro

donde nuestros jóvenes aprenden,

a desaparecer como estropajos

callados, quedamente

fútiles, como gases atrapados

en un balón de 15,

gas mostaza en el completo

con más Ketchup de la tarde,

cómo exudan los gomeros

en las oficinas de parte,

cuando aquellas máscaras de papel,

se van desarmando

lentamente.



Mucho cuidado

con las transmisiones ultrasecretas,

las señoras vagamente encopetadas,

ojo con los camiones de aseo,

tirria con los charcos de agua

que en el cemento

todavía nadan,

las gaviotas asesinas del pueblo,

y esos perros para la ropa

cuidado en extremo,

con las radios a pila

y los walky tokys.



De tanto trabajar uno ya no sabe

a qué diablos está dispuesto,

en esta suma de errores de los padres,

uno canta con la radio de frente,

como elaborando su cadalso

omnipotente de labriego

manso, o de estudiante perpetuo,

y uno ya no sabe

qué más decir.



Nuestro trabajo es el aguante

-no caer tan deprisa-


nuestro trabajo no tiene

que ver con nuestro trabajo


la entereza o la decencia

o el mantener el aplome


de la patria a sus trabajadores,

una fémina apretándonos los dátiles.



El perfil

de Marisa Monte,

resucitó

en una micro

intercomunal,

como a las 15: 50,

en dirección a Quilpué.



Resulta ahora

que los cabros

bueno pal combo y la patá

se agarraron pal combo y la patá

y a golpes con charchazos,

de gualetas y alerones

voladores varios,

enhebraron sus abrazos

pero en mala, horrores

se apreciaron esta tarde

en el centro soñoliento

de Quilpue,

como aferrándose

mutuamente en alaridos

alharacas con saludos,

afectuosos a sus madres

y demases que mejor

ni les repito,

y uno

tamborileando con los dedos

en el aire apenas,

alfil de la calle,

a separarles esas batracias manos,

y nada,

que estos bacalaos daos,

ya no se acordaban

ni de sus propios nombres.



Estos locos

flojitos,

que se pierden

y a duras penas

se alimentan,

con estupideces,

y ven una porquería de tv,

estos locos enanitos de colores

con los calzoncillos

al aire,

no se

de dónde cresta salieron.



Guarda esas boletas

para cuando te paguen

el día del níspero,

memorízales

mucho antes que a las

decididas vacas flacas

que te abortan,

de sus planes

con sus tetas de cebolla

como alambres,

pastoreándose la plata

que los otros te deben

pero guárdate,

en la billetera de tu jefe

acurrucado

como una madre,

a pie juntillas del desastre

porque lo tuyo es el reino

de los cielos,

de cada día infame

en que terceros,

buenamente

te inutilizaron.



Un escribiente debe

necesariamente andar

arriba de la micro,

atravesando una o dos

ciudades

como mínimo.



Cuando ella te pida explicaciones,

mira en dirección del bosque

piensa en country y carreteras Yankees,

o en perfectas pesebreras del oeste,

en ciudades costeras

y gasolineras sin gente,

o en serenos cuadros de Edward Hooper;

cuando te mire feo,

súbete a una micro

al interior de otras ciudades,

y cómete un helado simple de $690.



Veo pocas micros

veo arboledas,

con los caballeros

de lentes ahumados

escuchando en sus mp3,

como si una paloma inexistente

les hubiera interrumpido el sueño.



Se les espanta el sueño

a los ruiseñores,

se les desarma la vasta

y el mocasín de pobres

se les raja;

porque hay que tener

maldita el alma

para ofrecer a este

universo tan poco.



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