domingo, mayo 25, 2008

1.


No acostumbraba la leche, así que pidió un jugo de naranja de litro en caja. Recordó entonces las dosis de vitamina C del fin de semana en casa de Fernanda Valle, repasando cada gesto de su cara mientras la pastilla de efervescente se desarmaba. Observó la delgada llovizna a su espalda, emblanqueciendo la calzada de enfrente, al tiempo que retiraba sus bolsas plásticas del empaque, con un leve gesto de desgano. Caminó entre la gente que se guarecía de la lluvia sin prestarles demasiada atención. Luego, tomo la calle junto a la rotonda al otro lado de la valla de protección, enfilando por la vía secundaria recientemente asfaltada. El pavimento estaba jabonoso y los pocos vehículos que se desplazaban por ahí, lo hacían con sumo cuidado.

Sacó la llave del bolsillo de su pantalón y la engarzó en la cerradura. Entró al antejardín de la casona hasta la puerta y de ahí hacia la izquierda, por el corredor de latas que daba a los galpones. Al penetrar en la espaciosa sala, inhaló el perfume de la madera recién cortada. Después se dirigió hasta un mesón de gruesos tablones de roble, al fondo de la estancia y buscó una silla hacía poco acabada y la acomodó enfrente al mesón.

La secretaria no demoraba en volver, así que extrajo de su morral un grueso paquete color caqui amarrado con pitilla de algodón ocre; después, un sobre de papel celeste sujeto con cáñamo y finalmente, una bolsa de plástico verde, semitransparente. En el paquete grande venía una caja de óleos Rembrandt de 24 unidades, más dos botellas de vidrio acanalado con trementina, y un frasco de médium preparado al aceite. Del sobre celeste sustrajo una docena de pinceles Tigre de distintos tamaños, con finísimas cerdas anaranjadas muy suaves; de la bolsa de plástico retiró una tela de unos 30 por 40 centímetros de algodón imprimado, remachada con delgados corchetes brillantes.

Comprobó el número de hojas desocupadas de la libreta y echo en el bolsillo derecho de su chaqueta, el encendedor de plástico que le habían dado en el kiosco. Repasó algunos poemas inconclusos mientras en la radio de la mesa, se entonaban los últimos compases del concierto para piano de la tarde. Se ajustó la bufanda y buscó en el bolsillo izquierdo de su jeans, el lápiz a pasta verde, que su jefe había abandonado junto a la carpeta de los pagos mensuales. Meditó unos segundos observando la página y se puso a escribir encendiendo un cigarrillo, mientras repasaba la primera frase volteando la mirada hacia la caja de jugo, sonriendo, como si compartiera con alguien. Cerró los ojos unos instantes balbuceando aquella frase, repasándola lentamente y con los dientes ligeramente apretados la corrigió.

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